O eso me ha parecido. Que sí, que ya sé, que es una obra maestra, que expande el lenguaje del cómic a partir de donde lo habían dejado los grandes clásicos, que sólo el tiempo podrá mostrar el alcance de su genio, que blablá, que blablá. No seré yo quien contradiga a los entendidos del medio; una tipa que se traga, como servidora, las pelis de UWE! como quien come lacasitos no puede tener mucho criterio: me declaro culpable. Lo cual no quita para que me haya parecido un coñazo del quince.
Pues eso. Que vale, que el dibujito está curradete. Es como muy, ya saben, cool, muy de diseño. Que tiene puntazos, como los recortables y los esquemas- o lo que sean- imposibles. Pero... la sobrecubierta-poster-cómo carajo-y (sobre todo)- para qué- se lee- esto. Esas letritas que, de diminutas, abigarradas y -sobre todo- pesadas invitan a pasar de ellas como de la m*****. Esa historia que comencé sin saber -cómo no- para dónde va y terminé igual, e importándome lo mismo que si no la hubiera leído: ná. Ni un solo momento de empatía, ni una sola emoción me produjo, a mí, que si no me tomo las pastis dos días lloro si veo sufrir a un osito de peluche. Confieso que lo leí hasta el final (otros conozco que no han sido capaces) por una cuestión bastante miserable: me costó treinta euros del ala, que menos que amortizarlos en, al menos, una lectura. Bueno, en realidad pensé que, aunque coñazo, la lectura me compensaría de algún modo al final. Lo que me pasó con Proust, por ejemplo: pesaete de leer, pero me deja un poso mogollón de interesante, y que reflota de vez en cuando... Con el Corrigan, ná de ná. Hoy lo he recordado de chiripa, hacía siglos que sólo pensaba en él al pasarle el plumero y no era con amor, precisamente... tampoco con odio, en realidad. Lo peor que le puede pasar a un tebeo: indiferencia. De tan malo que me pareció, me resultó indiferente. Es que ni por lo visual... que no, que no hay nada que hacer. Cero potatero. Soy yo que soy lerda, fijo, pero qué vamos a hacerle: no me ha entrado ni doblao, el Jimmy Coñigan.